Por Pedro Joaquín del Rey
Después de los históricos decenios con recurrentes celuloides folclóricos y de copla y flamenco --y obras de contenido similar--, el género cinematográfico cargado de bailes y canciones, salvo honrosas y nada frecuentes excepciones, no ha solido abundar en el posterior séptimo arte patrio, y, yendo en concreto al filme que este comentario aborda (https://www.filmaffinity.com/es/film859171.html), constatemos que han transcurrido tres años desde Voy a pasármelo bien, constituyendo el presente largometraje --al igual que el anterior, una coproducción con la azteca nación-- una continuación de la trama de aquella cinta --supuso una cierta grata sorpresa cuando se estrenó, y la nueva entrega no la desmerece, si bien, en 2025, por conocidas, no veamos tan con modo de aire fresco algunas de las aportaciones suyas--, pues retornamos a un argumento con colegiales aderezado con --quizá aparezcan aquí con una leve menor concurrencia-- escenas cantadas y danzadas --hay coreografías igualmente resultonas, además de temas musicales famosillos y pegadizos [de ahí el título de la ficción inicial] de la época en que sucede lo contado, los noventa del siglo veinte [así disfrutan también en las proyecciones los cuarentones de la casa; se trata de una buscada fórmula de comprobado gancho comercial y de atrapamiento con amplitud de sectores del público diferentes del principal]--.
Siguen en Voy a pasármelo mejor las evoluciones afectivas --y aledañas situaciones familiares, escolares y, en general, de descubrimiento del vivir que comienza a enfilarse hacia la adultez y la sociabilidad desprovista de la percepción infantil del mundo-- de la muchachada vallisoletana que un trienio atrás concitó la espectatorial atención, chicos de ambos sexos que regresan a la pantalla a través del mismo grupo adolescente llegado ya a la dieciseisañera etapa de la vida, de manera que comprobamos cómo la biología, la verdadera biología corporal --no se trata, al contrario que en Grease, de gente casi [o sin casi] en la treintena simulando contar con unos lustros menos de edad--, ha ido marcando en sus voces, caras, estaturas y partes anatómicas no faciales el paso de la primera pubertad a la plena pubescencia (la coincidencia etaria entre personajes e intérpretes repercute en que, en importante medida, las zozobras variadas, las buenas e ingenuas intenciones, los nulos resabios, los hieratismos verbales, las equívocas expresividades y las manifestaciones de interrelación puramente mecánicas y fallidas posean mucho de realidad). Si allí las secuencias quedaban habitadas por los inicialísimos acercamientos amorosos de la pareja protagonista, ahora asistimos a los segundos y siguientes escalones en tal fundamental motor emocional de lo humano.
Puede que, en los dos capítulos, lo menos conseguido de la función --no queremos decir necesariamente que sobre, pero sí que se inscribe de una manera algo ortopédica-- lo constituya la introducción narrativa del momento actual --con salto al pasado para entrar luego de lleno en harina--, un hoy en día que muestra en forma de hombre y mujer --en la madurez y, con diferente grado de fortuna, asentados en la existencia-- al mocito y mocita cuya aproximación y alejamiento sentimentales y espaciales (con el océano que separa a Europa y América por en medio) constituyen el núcleo dramático de las dos narraciones.
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