Exagerada reacción contra una no desdeñable astracanada (crítica de The Palace, de Roman Polanski [Italia / Suiza / Polonia / Francia, 2023], con estreno en España el 26 de abril de 2024
Por Pedro Joaquín del Rey
El polaco nacido en París en agosto de 1933 --que debutó tras la cámara en 1955 con el corto La bicicleta-- se ha caracterizado desde que agarró la batuta directoral (queda propuesta a continuación una división demasiado básica de su trayectoria pero que sirve para un primer acercamiento a quien despunta en frecuentes ocasiones con nada negativas puntuaciones en los dos campos que vamos a marcar) por obras de emociones fuertes e intensas e incluso, en diferente grado, con argumentos espeluznantes o de perturbaciones e impías durezas y maldades (los obscuros y siniestros recovecos del alma, el poder y la humana colectividad: El pianista, La muerte y la doncella, Repulsión, El escritor, La semilla del diablo, etcétera) y --menos abundantes-- por otras que, aunque no desprovistas por lo común de potentes cargas de profundidad, las podríamos englobar dentro del ámbito de lo comédico, bufo o tragicómico, lo paródico y las narraciones con elementos y esencias sin extrema ominosidad (ejemplos: Piratas, El baile de los vampiros, Un dios salvaje).
Encaramos ahora un lanzamiento comercial en las salas de exhibición que pertenece al segundo grupo y al que con motivo de su proyección en el certamen de Venecia de 2023 le llovieron comentarios no precisamente favorables. La hilaridad --lo contrario cabe razonar respecto al género y los códigos del terror-- abarca una serie de manifestaciones correspondientes a un concreto tipo de inclinaciones y sentimientos perfectamente identificables en su naturaleza individualísima y muy subjetiva: cada cual se carcajea --y siente chisposa alegría-- o experimenta sensación de singracionería y antijocosidad con cosas y acciones desencadenantes harto diferentes y hasta diamentralmente distintas y opuestas, lo cual resulta todavía más patente cuando abordamos el asunto del humor no en la pura existencia cotidiana sino dentro de las lindes de las textualidades de vocación estética y aspiraciones de llegar a extensas capas del público.
Este nonagenrio --no anda dotado, en absoluto, de temblón pulso audiovisual a pesar de su edad-- lleva a la pantalla un libreto firmado por él y por Ewa Piaskowska y el veterano realizador y actor --compatriota suyo y de 86 primaveras a partir del 5 del venidero mes de mayo-- Jerzy Skolimowski (actual marido de la anterior), recordable por una curiosa e irregular carrera en Polonia y fuera de Polonia. Polanski posee una --seguro que lujosa-- casa en los helvéticos lares (Gstaad, lugar vacacional de plutócratas) donde se localizan --por eso las conocerá bastante bien-- las situaciones que el las que el filme se mete --con ellas se regodea con maneras inmisericordes y sin complacencia--: muestra a personas ricachonas o, por venidas a menos, pseudorricachonas --también a gente a ellas arrimadas con intención más o menos interesada-- que pasan y festejan la noche del 31 de diciembre de 1999 a la jornada inagural del siguiente año en un invernal hotel de montaña y en pleno e impreciso --y penoso y ridículo-- temor en parte de los personajes al --cual definitivo apocalipsis universal-- efecto 2000 --en cambio, hay uno de ellos, el encarnado por Mickey Rourke, que desea con evidente cutrez el colapso mundial de los ordenadores para consumar un latrocinio o desfalco bancario mediante supuestos y efectivos procedimientos informáticos--.
Asistimos a peripecias patéticas de una caterva ociosa y enmerdadora que trata a patadas y con infantiloides caprichos a la agotada clase trabajadora y limpiacacas del alojamiento. En la zona social intermedia entre las mujeres y hombres del estamento proletario y los hospedados se halla el gerente, verdadero resolvedor de los marrones de los seres veleidosos (al que secundan su adjunta y adjunto), un auditor financiero y los matones y guardaespaldas rusos que quieren medrar --atinado bisturí diseccionando cuestiones de índole político-corrupto-económica: Yeltsin dimite ese final día y nombra substituto a partir del 1 de enero a Putin (oímos y vemos a los dos en la tele con imágenes y sonidos reales de aquella fecha, al primero con su acreditado e incontestable entumecimiento alcohólico y al invasor de Ucrania diciendo mentiras ["Se seguirán garantizando las libertades de expresión, pensamiento y reunión", asegura] y hablando con presidenciales pose y ademán de algo sobradillos y chulescos aires), mientras el embajador de Moscú en Suiza tejemanejea por allí con maletas repletas de dólares y guardadas en una dependencia subterránea y acorazada del establecimiento (una observación aguda y brillante que coloca el ojo en la a la sazón ya bastante crecida y mafiosa oligarquía de la neozarista y exsoviética meganación)--.
The Palace ha sido tildada de misógina: ¿debemos calificar de odio antifemenino el que salgan unas señoras ajadas y con rostros requeteoperados pululando alrededor del afamado cirujano estético de ficción interpretado por Joaquim de Almeida?. La han tachado de escatológica: ¿no era escatológica La gran comilona, que cuenta con buen predicamento artístico en amplios sectores de los degustadores del séptimo arte? --a propósito de escatología, y rememorando la descacharrante El sentido de la vida, de Monty Python: aquí retomamos al gran John Cleese en el papel de un multimillonario estadounidense llamado Arthur William Dallas III--. Tales menosprecios fueron formulados por quienes quizá pusieron por las nubes El triángulo de la esperanza, de Ruben Östlund, que tiene pretensiones semejantes en el escenario de un navegante barco pero que (perdónesele a un servidor la falta de adhesión al sueco) cae en divagaciones, moderneces, intelectualeos y exceso de duración.
En la humilde opinión del redactor de las presentes líneas, a este importante y fundamental cineasta, al menos en los últimos tiempos, no se le mira en lo peliculesco con la debida serenidad valorativa debido a los varios y graves pecados machistas de agresión y acoso sexual que lo persiguen desde que se conoció el suceso, por él no desmentido, ocurrido en 1977 (recientemente se ha sabido de una acusación casi idéntica correspondiente a 1973) de la violación en California --con, para mayor inri, substancias tóxico-adictivas y etílicas de por medio y en el marco de una fiesta privada en un domicilio-- de la menor Samantha Geimer, de tan solo 13 años entonces, lo cual hace lustros que le impide entrar en el hollywoodense país --y a los que con él mantengan acuerdo de extradición para ese ilícito penal-- so pena de ingresar en prisión (recuérdese que, por la orden internacional de busca y captura, lo arrestaron en Zúrich en 2009, sí bien no prosperó que lo llevaran a Estados Unidos para continuar con el correspondiente proceso en los tribunales que se interrumpió por su huida a Europa después de los primeros pasos dados por la fiscalía encausándole por el delito que cometió forzando y ultrajando a la mencionada niña).
A lo mejor The Palace no subirá al podio polanskiano pero tampoco merece los gordos vilipendios que ha recibido.
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